Tengo un cuaderno azul
cuadriculado
de páginas oscuras por el
tiempo,
donde en lejanos días,
que en años nunca quise
recordar,
dejé mis penas y mi
taquigrafía.
“…Él me veía ya seguir sus
pasos,
pero yo quería jugar a ser
payaso…”
Mi padre me enseñaba por las
tardes;
mis hermanas leían
mientras yo recitaba mis
lecciones.
Los signos sin cesar me
perseguían:
consonantes, vocales,
radicales;
y traducciones; y las
terminaciones…
el odio a mi cuaderno fue
pretexto,
porque no quería odiar a mi
maestro.
“…Él trataba de hacerme
comprender
que es bueno tener una
disciplina,
y cumplir con un deber…”
paciencia hubiera tenido,
mi página llenado sin tardar,
y hubiera ido contenta a
jugar.
mi padre, inteligente me
creía…
pero mis ocho años no lo
comprendían.
Tengo el cuaderno aún, con
cicatrices
de páginas con prisas
arrancadas:
(seguro que a escondidas).
Y aun hoy, cuando lo miro,
siento el viejo dolor
de no haber entendido los
motivos.
“…Dichosa edad y siglos
dichosos…”
pero a mí me parecía aquello
fastidioso.
Mis traducciones eran de El
Quijote
y de otros libros clásicos.
A mí ya me gustaba escribir
poesía;
mi padre me llamaba su Carlota
Brontë;
quizá como escritora me veía:
pero yo a veces quería sólo
jugar,
y ser con mis hermanas un
pirata del mar.
Quizás a estas alturas,
con la taquigrafía,
mis sentimientos al fin
traduciría;
y hallara espacio para la
ternura
que se escondía en el hueco de
mi mano…
“Dichosa edad y siglos
dichosos aquellos a
quienes los antiguos pusieron
nombre de
dorados…”
---ooOOOoo---