Se perdió. Como la infancia
que va quedando atrás.
Era un
sonido
fijo en el entramado de
la vida.
Acompañaba
el sueño y la vigilia
de los hombres;
el juego de los niños.
Hasta los más pequeños
distinguían
la voz plateada de
distintos toques:
A rebato de incendio, a
muerto, a Gloria…
Con el paso del tiempo
marcaba sólo el paso de
las horas;
de las Horas sagradas;
y la vida
se desmigaba en gajos
ordenados.
Y el tañido traía los
olores
a cirio y flor en la
Semana Santa.
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En mi mente pervive
aquel recuerdo:
la llamada al Rosario
de la tarde;
el toque a la
conciencia de lo interno,
a lo esencial del
hombre y de la vida.
Cuántas veces,
volviendo en algún tren
- a lo lejos, Madrid,
cercano, un pueblo-
sonaba una campana, y
de repente
callaba el charloteo
que viajaba también,
inevitable;
y, del bolsillo, manos
campesinas
sacaban un rosario.
Unos pocos kilómetros
de calma
y nos sentíamos algo
más cercanos
al Dios que hay en
nosotros.
La voz de la campana;
cuántas veces
paro mis pasos
intentando oírla...
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Campana de alguna aldea
que abrazaba con
ternura
mi paso por la llanura
castellana, sobria y
pura.
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06-03-2010