El tren, que va
despacio
entre los llanos de
Castilla, yermos,
pasada una estación, se
ha detenido,
y pude, unos momentos
oler la madrugada.
Duerme el campo;
se palpa un aire seco
que despierta a las
hojas con su toque,
sobre el sembrado, bajo
el firmamento.
Campo cansado y gris
bajo la noche;
al Este apunta el sol,
y ya al momento
alzan las caras como
llenas lunas
un verde mar de
girasoles, prestos
a lo que el cielo
quiera regalarles:
juegan a ser espejos;
y se miran despacio y
se acicalan,
esperando el reflejo
que empezará la fiesta
matutina:
como un Tai-Chi danzado
en un desierto.
Estirando a la vez sus
tallos verdes,
abren sus hojas,
lentos,
como un músico saca de
su estuche
despacio el
instrumento.
Y si el día es de sol,
los girasoles
en muda adoración miran
al cielo;
y los espacios en sus
oraciones,
van marcados por
brumas, nubes, velos
fríos y encapotados;
ellos esperan
quietos.
Y en su danza pausada y
en sus giros,
al son de músicas que
son silencios,
regalan al azar el don
que llevan:
Sinfonías de sol,
brumas y vientos.
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