Estos dos peregrinos –
ella y él- avezados
en cientos de cruzadas,
y en estación final,
con un azar tejido por
los traviesos hados,
han salido al camino
por un mismo portal.
La multitud se aleja
hacia la fértil vega
sin
reparar en ellos, los van dejando atrás;
y
un niño con los ojos vendados ya navega
por
olvidados mares de algún “nunca jamás”.
Se
han encontrado solos, sin saber qué corriente,
qué
viento, qué borrasca, a do les llevarán;
en
el mudo paisaje, parados frente a frente:
esperando,
esperando ¿qué seña aguardarán?
Igual
que espadachines en un campo de gules,
inmóviles
tizonas de acero cruzarán;
y
en tiernas estocadas, viajando en las azules
mareas
del silencio, sus rayos lanzarán.
* * *
Vuelan
mis claros ojos, cual amantes luceros,
en
tus dulces pupilas, refugio pedirán;
siempre
que te acaricien te darán mis “te quieros”,
y
al mirarme tus ojos, tu amor me cantarán.
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27-07-2012