Aquellas
tardes de Madrid, azules,
serenas
y entibiadas,
un
solitario paseo por la calle
y
después, mi guitarra.
Coros
a media voz, guajiras, tangos,
alegrías
de Cádiz;
cuando
salía el alma en los fandangos.
Inocentes
reuniones parroquiales,
refrescos
de cebada;
alguien,
cerca, rasguea unos verdiales.
En
las cuerdas se quedan
penas
de amor, afanes, rebelinas,
que
las canciones al marchar se llevan.
En
las tardes de Mayo madrileñas,
que
en mi memoria
hicieran
nido ayer,
una
nostalgia leve, dulce, queda
de
todo cuanto fue.
Mi
guitarra saldó con elegancia
aquellos
años de infancia;
y
sus cuerdas ataron fuertes vientos
que
en brisas resolvieron su camino.
Música
inconfundible en mi recuerdo,
arpegios
precursores de alegría:
primavera
en Madrid,
sus
tardes de color alabastrino,
y,
sobre todo, la guitarra mía.
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23-07-2005